Cuando me caía papá me
reconfortaba diciendo: “hija, hay dolores más fuertes”… aquella frase estaba
muy lejos de hacerme sentir bien. Hoy recordé el último concurso de pintura en
el que participe, estaba en la Preparatoria, ya contaba con un historial, había
ganado el año pasado el primer lugar, así que mi tutor de grupo esperaba que se
volviera a repetir; acostumbrado a querer destacar a costa de sus alumnos
aseguraba un primer lugar con mi participación.
El año pasado había sido la
sensación del momento, la jovencita menos popular había sorprendido con un
óleo, una técnica difícil de ejecutar, poco común, tendría que haber ido a
clases de pintura desde niña. Llegue a la “prepa” desde muy temprano, aun no
amanecía, cargue mi caballete y todos los triques necesarios en autobús, entre
al auditorio y me coloque cerca de una ventana. El maestro pregunto a cada uno
de los participantes el tipo de técnica; cuando me toco a mi presentarme dije:
Argelia Padilla, óleo; alzo la mirada y con una voz burlista dijo: crees que te
alcance el tiempo? conteste: quizá. No estaba nerviosa, había evaluado el
factor tiempo… pero la escena que pintaría era muy sencilla, solo tenia 24
horas para hacerlo, el óleo es una técnica difícil porque se necesita dar
tiempo a que las capas sequen, de no ser así corres el riego de que los colores
se batan y sea irremediable continuar. Monte todo el show y comencé a trazar el
bosquejo, era un paisaje de África, unos flamencos en un lago, todos los tonos
iban del amarillo al café pasando por un verde musgo bellísimo, aun lo recuerdo
claramente… en el primer receso subieron mis compañeros a ver como iba,
sorprendidos, todas sus palabras fueron de aliento, yo no me podía dejar llevar
por eso, aun no terminaba, llego la tarde y seguía ahí, ni ganas de comer tuve…
al fin termine firmando el cuadro con un pincel que parecía aguja y pintura
Siena natural, ya lo hecho, hecho estaba, no podía hacer ni un retoque más.
Satisfecha me fui a casa ya por la tarde. Llegue, cene y papá me pregunto ¿cómo
te fue? Bien, conteste, creo que lo hice bien.
Al día siguiente era la
premiación, fue muy fácil ganar el primer lugar. Había tomado clases el verano
de 1992, recuerdo que mi abuela Irma me regalo la gama completa de pintura y
durante dos meses me la pase pintando en el sótano del Palacio Municipal de
Tampico, con un maestro ya muy grande de edad que dormía mientras yo pintaba,
de ratos que despertaba me decía como continuar, el sótano solo tenía una
ventana que daba a la calle principal ahí veía pasar gran variedad de calzado,
a veces mis primos pasaban por ahí y me invitaban a la playa, pero todas las
tardes de ese verano pinté, pinté como 15 cuadros, el primero fue Pebbles la
hija de “Los Picapiedra”; el maestro al ver mi idea para pintar dijo: “bueno,
esta bien, te dejaré que hagas eso, pero la próxima vez escoge una de esas
laminas, la que te llame más la atención”. Al final del salón debajo de la
ventana, había una mesa grande con cientos de laminas, paisajes, bodegones,
figuras humanas de todo tipo” pero ni una sola caricatura. Así pase ese verano, entre óleos, caballetes,
pinturas, aguarrás y uno que otro ratón que pasaban por encima de de los
zapatos del maestro y lo despertaban; los martes y jueves teníamos de fondo el
trombón de la banda municipal; cuanta nostalgia por aquellas tardes que no
volverán; fue la primera vez que me sentí libre; tenía 10 años y me subía al
autobús, el trayecto duraba media hora, bajaba en la terminal y caminaba una
cuadra.
Había una fuerza que recorría
todo mi pequeño cuerpo y lo engrandecía cada día. La casa de mis padres se
lleno de cuadros en dos meses, algunos papá decidió regalarlos, me pregunto que
sí quería continuar y dije que no, aun no se porque no seguí tomando clases.
Quizá me sentí incapaz de llevar la escuela y las clases de pintura al mismo
tiempo. Tenía que prepararme para el examen de la escolta, mi madre esperaba que
destacara de esa manera. Y así fue el resto de mi vida, mientras papá me daba
rienda suelta a las cosas que alimentan el alma, mi madre me aterrizaba a lo
tangible, a la “realidad”.
Desde ese verano no había
tocado ni para limpiar la paleta de madera donde se mezclan los colores, el
óleo se había endurecido, así que nunca me imagine ganar, porque quizá lo que
me había aprendido hace seis años había caducado como la pintura en la paleta.
Me sorprendió mucho sentirme como “pez en el agua”, así es como puedo describir
esa sublime sensación, fue darme cuenta que en mi existía eso que llaman
talento y que mi esencia como ser humano se engrandecía al ejecutar la pintura.
Mi papá no se sorprendió, se
sintió muy orgullos de mí, al primero y segundo lugar nos invitaron a desayunar
con el director, en su oficina colocaron mi cuadro y el director me dijo, ahora
es mío. Yo solo me sonreí, era tan tímida, me pregunto sobre mi futuro y le
dije que sentía una satisfacción muy grande por el arte, pero que debería
estudiar una carrera porque de eso no se vivé.
Estaba leyendo hace un rato
“Veronika decide morir” del escritor Paulo Coelho. A Veronika le paso lo mismo
que a mí cuando tomo su primera clase de piano; Veronika le dijo a su madre que
quería dejarlo todo y dedicarse al piano, para lo cual la mamá le respondió:
“nadie vive de tocar el piano, amor mío”.
Hasta este momento no tienen
idea cual es la relación entre el título de este post y todo lo que he escrito.
Después de la premiación destaque como una alumna talentosa, tenía algo
especial, que el resto no tenía; por eso al año siguiente, mi maestro aseguraba
un primer lugar. Pero no fue así, aun y a pesar de que todo lo había hecho
igual, ni siquiera me sentía confiada, volví a hacer lo mismo solo que con otro
paisaje. Pero no gane el primer lugar, ni el segundo, gane el tercero… ya no
fui a desayunar con el Director y mi tutor de grupo no dijo absolutamente nada.
Mis compañeros no daban crédito, comenzaron a gritar “fraude” y algunos decían
“Argelia es el primer lugar”. Sentí como si hubiera perdido algo enorme, perdí
la confianza en mi, deje de disfrutar, todo se concentraba en la palabra
“perdí” y deje que me taladrará en la cabeza, llegué a la casa y mi papá al
verme dijo, no ganaste, entonces me eche a llorar en mi recamara, no quise
comer. Era tan pesado ir a la “prepa” y encontrarme con esa realidad… cuando mi
papá hablo conmigo: me dijo, “no siempre se puede ganar, así que deja de
llorar, hay dolores más fuertes”… ahora entiendo claramente lo que me quiso
decir.
En el funeral de mi tía
(hermana de mi papá) hubo un instante en el que lo vi colocar su mano derecha
sobre sus ojos, alzo sus lentes he hizo un puchero, después dejo que los lentes
le cubrieran la mirada que ya se encontraba distante y humedecida; como si se
tratará de un naufrago con la esperanza de tocar tierra firme. Papá no volvió a
llorar, al menos no me percate de eso. Desde enterarse de la noticia hasta ese
instante, cuando faltaban pocas horas para partir al cementerio, mi papá no
había llorado. Es la primera vez que pierde una hermana; mi tía había tomado un
papel maternal para sus hermanos, pero no tierno, más bien como firme, fuerte,
como la madre que te saca adelante pero no te acaricia ni te dice a diario
cuanto te quiere, más bien fue protectora con todos sus hermanos. Ese dolor de
perder a un hermano es uno de los más fuertes y a merita llorar, rabiar y
ahogarse en un grito silencioso; pero el fue muy discreto, su fe lo ha hecho
fuerte ante un dolor tan grande, pero no olvido que es humano y un día quizá
cuando vaya a verlo se desahogue.
Ahora comprendo que no
siempre se puede ganar y que a toda costa de perder lo que sea esta en uno
mismo confiar, tener fe, salir del pantano; aunque en un principio se vea como
una utopía, todo puede pasar.